Tras ausentarme 24
años, volví al pueblo que conoció mis escapes, amores y aventuras durante mi
juventud. A diferencia de esos años, no volví por nada de eso. Volví para
recuperar recuerdos de mi hermana, de mi familia lejana. Y ahora creo que la
vida tiene algo para mí. Si leen mi publicación 22 años después, tendrían idea
de la lluvia de emociones que he recibido en estos días. En ese fin de semana
me dediqué tanto a vivir momentos y recuerdos, que no hice muchas fotos. Y eso
tiene una simple explicación; volveré, volveré y volveré.
Luego de conectar
de nuevo en 2018 con la madre de mi hermana fallecida, Lissette, mi otra
hermana y hermano, en enero me dicen que vienen de EE.UU. a ver al don, al
abuelo Lissette y que quieren que yo vaya al pueblo. Que tengo mi habitación y
mi cama. Pues, eso hice. Tomé mi Caribe Tours del mediodía y como podrán
imaginar, llegué de noche.
Ya en la parada,
bajo con mi trasero tieso, mirando a todos lados tratando de reconocer algo del
pasado. En pocos segundos me ubiqué, crucé una calle y ahí estaba, frente al
mismo lugar en el que años atrás, durante muchos fines de semana, fui acogido
como uno más de la familia. ¡Estaba
de nuevo en casa!
Me recibieron con el mismo cariño que recuerdo. Y claro, con una buena cena. La casa estaba ampliada, pero mantiene su forma tradicional. Todo limpio, todo en orden, como en el principio. Luego de ponerme cómodo salí a visitar a una gran amiga, mi antigua asesora "faldística". El cariño se ha mantenido.
Un rato después, mi hermano me invita a ver un juego (de pelota), aunque no soy dado a eso, acepté. Me dice, te espero en casa de Fulano. Le dije; manito, yo no me acuerdo de nadie. Y dice: ok, esta calle derecho y dobla a la derecha, cruza una esquina y sigue derecho hasta que nos veas. Si llegas a la playa, te pasaste... Pues, al rato así hice. Caminaba tranquilo, en un pueblo donde no me acordaba de nadie. Casi inmediatamente llegué, era un grupo de jóvenes sentados en la calle viendo el juego en un televisor. No faltaba un trago, cosa que me dieron al instante. Apenas caminé un poco, noté que la gente seguía acostándose temprano. El pueblo no ha cambiado, ¡Ha mejorado! Puedo caminar de noche con un celular y no me atracan.
Al día siguiente salgo a dar una vuelta, noté varias cosas: todas las calles están asfaltadas (como antes), no hay basura (ni zafacones o contenedores), hay luz 24 horas y el internet (de Altice) tiene una tremenda velocidad (medí unos 60 mb/s). Lo que más me sorprendió es que no hay jóvenes bullosos, ni música urbana, ni motoristas echando carreras. Los autos y motores ponían sus luces direccionales aunque no hubiese otros autos en al calle. ¡Increíble! Todo un ambiente relajado.
Dando esa vuelta veo gente que me mira, uno a uno con cara de "yo como que te conozco". Pues, ese día fue para eso, para que quien me veía decía: ¿Tú no eres el hermano de Lissette? ¡Vaya! Empezaron a recordarme a un punto que no salí de mi asombro. Pasaron 24 años y todos, absolutamente todos me trataron con una calidez que no existe en la capital. ¡Quedé encantado con el trato que (de nuevo) me dieron! Parece que dejé buenos recuerdos en esas personas.
A medida que me encontraba gente que me recordaba, tuve que hacer varias visitas obligadas: a tomar café. ¡Wao! Esta gente no pierde su encanto, son sencillas y agradables con los visitantes. Como siempre lo han sido. Y repito; esta no será mi última visita. Presiento que si volví, para algo será.
El pueblo no se ha expandido mucho, no hay muchas personas. El ambiente,
el aire, el lugar es exquisito. Lo repetiré: todas las calles limpias,
iluminadas, no se va la luz, poco tránsito. Son pocas casas que tienen rejas en
sus ventanas. ¡No hay ladrones! Hay un solo policía en el destacamento del pueblo. Se
siente la tranquilidad que me gusta, que quiero, que necesito.
Visité por primera vez la tumba de mi hermana Lissette. Me sentí extrañamente
bien, casi alegre. Como si le hubiese pagado la deuda de visitarla. No lloré,
tuve algunas sonrisas a medias. Puedo explicar eso, pero no la mezcla de
sentimientos al ver su foto cuando su madre colocó a su lado el souvenir (de
angelito en una cruz) de su novenario. El mismo que conservé por 27 años. Lo
llevé, ahora está junto a su foto. Del mismo modo, conservé una trenza de su
pelo durante 25 años, y se lo entregué a su madre en mi visita a Santiago en el
2018. Esos recuerdos están donde deben de estar.
Este viaje ha significado mucho para mí, el pueblo, su gente, mi gente, mi
casa. Todo me decía que tengo un lugar en un pueblo que me acogió, en una
familia que me hizo suyo. Mi hermana no está, los demás pronto estarán en
EE.UU., pero seguiré recuperando bellos recuerdos para vivirlos.
Faltan cosas por mencionar, pero no escribiré más del viaje, resumiré lo evidente: mi corazón se quedó allá.